Dios es mi juez
«Bendito sea el Nombre de Dios
por los siglos de los siglos,
pues suyos son la sabiduría y el poder.
Él hace alternar años y estaciones,
destrona y entroniza a los reyes,
da sabiduría a los sabios
y ciencia a los expertos.
Él revela honduras y secretos,
conoce lo que ocultan las tinieblas,
y la luz le acompaña.»
Dn 2, 20-22
Sí, Dios es el Creador de todo, omnipotente y omnipresente.
Hizo la luz, el día, la noche, el cielo, la tierra, el agua, las plantas, el sol, la luna, y animales y ante todo esto vio Dios que estaba bien. Y antes de terminar toda su obra, Dios creó al ser humano, varón y mujer los creó. Más la diferencia fue que no sólo vio que estaba bien, sino que los bendijo y les encomendó la tierra toda. –Gn 1, 1-28-
Dios es nuestro creador así que debemos sentirnos orgullosos de nuestro Padre que por amor nos creó. Él nos conoce desde siempre, sabe de nuestros talentos y virtudes, flaquezas y necesidades. Pero además nos dio libertad para actuar. Y esa libertad es para todos, entonces deberíamos de ejercerla con amor, con respeto, con humildad y siempre sabiendo que de Dios venimos y a Dios nos debemos.
Y si a Dios nos debemos, supremamente él será quien juzgue todos nuestros actos. Pero esto no quiere decir que caigamos entonces en el simplismo de que no debemos rendirle cuentas a nadie. Le debemos también respeto a las demás personas, a nuestro prójimo.
Al final, cada persona tendremos un juicio, cuando estemos frente al Padre y sepamos si estaremos invitados a la mesa del Señor. Por lo que nuestro actuar y pensar nos debe de encaminar a llegar a esa meta deseada, que será un ¡triunfo grandioso! y subsistirá por siempre. -Dn 2, 44- Habrá situaciones que nos hagan flaquear, pero jamás deberíamos desfallecer, porque la promesa que Jesús nos hizo de alcanzar el Reino de Dios es en sí misma sublime y alentadora, con una conversión sincera de nuestro ser. -Mc 1, 15. Mt 4, 17-
El Reino de Dios ha llegado
Pero no deberíamos ver esa recompensa como una condicionante de acciones para recibir algo a cambio, sino más bien en el actuar nuestro, que Jesús nos entregó en su propio actuar. Ya bien lo reflejó San Francisco de Asís en la oración atribuida a él:
¡Señor, haz de mí un instrumento de tu paz!
Que allí donde haya odio, ponga yo amor;
donde haya ofensa, ponga yo perdón;
donde haya discordia, ponga yo unión;
donde haya error, ponga yo verdad;
donde haya duda, ponga yo fe;
donde haya desesperación, ponga yo esperanza;
donde haya tinieblas, ponga yo luz;
donde haya tristeza, ponga yo alegría.
¡Oh, Maestro!, que no busque yo tanto
ser consolado como consolar;
ser comprendido, como comprender;
ser amado, como amar.
Porque dando es como se recibe;
olvidando, como se encuentra;
perdonando, como se es perdonado;
muriendo, como se resucita a la vida eterna.
Jesús nos indica claramente que no juzguemos pues todo estaría dispuesto a que se revierta en nuestra contra, por lo que esencialmente el único juez, es Dios.
«No juzguéis, para no ser juzgados. Porque seréis juzgados con el juicio con que juzguéis, y seréis medidos con la medida con que midáis. ¿Cómo eres capaz de mirar la brizna que hay en el ojo de tu hermano, y no reparas en la viga que hay en tu ojo? ¿O cómo vas a decir a tu hermano: ‘Deja que te saque la brizna del ojo’, teniendo la viga en el tuyo?
Mt 7, 1-4
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