Jesús el Salvador

 

Jesús el Salvador

Vino a Nazaret, donde se había criado, y entró, según su costumbre, en la sinagoga el día de sábado. Se levantó para hacer la lectura y le entregaron el volumen del profeta Isaías. Desenrolló el volumen y halló el pasaje donde estaba escrito:

El Espíritu del Señor sobre mí,
porque me ha ungido
para anunciar a los pobres la Buena Nueva,
me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos
y la vista a los ciegos,
para dar la libertad a los oprimidos
y proclamar un año de gracia del Señor.
Enrolló el volumen, lo devolvió al ministro y se sentó. En la sinagoga todos los ojos estaban fijos en él. Comenzó, pues, a decirles: «Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír.» Todos hacían comentarios sobre él y se extrañaban de la elocuencia y seguridad con que hablaba.
Lc 4, 16-22


En la provincia romana de Palestina, el pueblo de Israel espera al mesías libertador, en esa región de aquel entonces comienza la vida pública de Jesús, que sin embargo no fue reconocido por su propio pueblo. Ahora, dependiendo del Evangelio que examinemos para meditar este acontecimiento, conocemos el inicio de la actividad pública de Jesús. Como ejemplo está el primer Evangelio puesto por escrito: el de Marcos.
Marcos inicia su narrativa haciendo referencia a Juan el Bautista, bautizando en el desierto, proclamando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados, y proclamaba:
«Detrás de mí viene uno que es más fuerte que yo; y no soy digno de inclinarme y desatarle la correa de sus sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo.»
Mc 1, 7-8

Juan el Bautista es entonces el que prepara el camino del Señor. Bautiza a Jesús de Nazaret y por este acto Jesús es «ungido» como rey sobre el nuevo pueblo de Dios al recibir el Espíritu Santo. Este es el punto de partida en el que Jesús inicia su predicación, una vez que permaneció cuarenta días en el desierto.

Por aquel entonces vino Jesús desde Nazaret de Galilea, y fue bautizado por Juan en el Jordán. En cuanto salió del agua, vio que los cielos se rasgaban y que el Espíritu, en forma de paloma, bajaba sobre él. Entonces se oyó una voz que venía de los cielos: «Tú eres mi Hijo amado; en ti me complazco.»

A continuación, el Espíritu lo empujó al desierto, y permaneció allí cuarenta días, siendo tentado por Satanás. Estaba entre los animales del campo y los ángeles le servían.

Después que Juan fuese entregado, marchó Jesús a Galilea; y proclamaba la Buena Nueva de Dios: «El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios ha llegado; convertíos y creed en la Buena Nueva.»
Mc 1, 9-15

Jesús, el Cristo, el Hijo de Dios -Mc 1, 1b- se hizo hombre para asumir toda nuestra naturaleza humana, vivir como cualquiera de nosotros, con hambre, con necesidad de vestido, con tentaciones, tal vez con frustraciones vividas, al darse cuenta de que su pueblo no le escuchaba, con esperanza, con cansancio físico en esas jornadas de camino largo entre poblados, con ilusiones. Y aunque no hay referencia, debió de padecer alguna vez algún tipo de malestar también como nosotros, como resfriado, tos, dolores, fiebre, etc. Fue niño, un recién nacido, dependiente en todo de María y de José. Tuvo una niñez y adolescencia como la nuestra, tal vez de dudas e incertidumbre o de sueños y deseos de logros futuros. Fue hijo obediente a María y a José.

Jesucristo nuestro Señor
Jesús el Hijo del hombre


Jesús también fue el hombre, que predicó, que nos enseñó su Palabra. Palabra viva y actual. Nos transmitió bondad, y Amor, a la vez que nos enseñó a ser firmes y determinados. Y aunque asumió nuestra naturaleza humana, la asumió en su totalidad menos en el pecado. Predicó siempre con el ejemplo, vivió con congruencia entre sus palabras y sus acciones. Siempre estaba en constante comunicación con su Padre, nuestro Padre, en oración. Una oración que debió ser bellísima emanada de Jesús hacia el Padre. ¿Qué pudo haber orado?, tal vez alabanzas, dando gracias, pidiendo por la humanidad, pidiendo por Él, en comunión del Hijo con el Padre, meditando sus actos ya realizados y tal vez los que vendrían. Oración con fe de que sería escuchado. ¡Qué momentos tan gloriosos habrán sido esas oraciones!. Y aunque no sabremos sus pensamientos y palabras de esos momentos, maravillémonos de esa intimidad del Hijo con el Padre.
Jesús también nos enseñó a orar y es la oración por excelencia, el Padre Nuestro -Mt 6, 9-13 . Lc 11, 2-4-. Oración que él muy seguramente sí habrá pronunciado cada vez que se retiraba a orar. No la guardó para sí mismo, la compartió a sus discípulos y a nosotros. Oremos pues entonces, con entusiasmo y cada día a cada momento.

Jesús hecho hombre, que se abajó hacia nosotros. Y Jesús es actual, está vigente hoy porque lo podemos vivir mediante los Evangelios, siguiéndolo, aprendiendo de sus enseñanzas y su Palabra. Pero escuchándolo y sobre todo poniendo en práctica lo que nos enseñó.
Es ese Jesús que motiva, que alienta, el Jesús que anduvo los caminos de Galilea, Nazaret, Cafarnaún, Jerusalén, la región de Judea, Samaria y tantos lugares, que debieron estar llenos de polvo, con sol y con frío también, lejanos y cercanos. Ese Jesús que provoca seguirlo, escucharlo, amarlo. Ese Jesús que nos invita a estar con él, alcanzable, en el cual podamos descansar nuestro rostro sobre su pecho. Ese Jesús que podemos tomar de la mano con seguridad de que no la soltará, que me tiende su mano para tomarla, con fuerza, con respeto, con entereza, con seguridad y confianza. Jesús que nos ama, nos escucha, y nos abraza dando consuelo. Ese Jesús amigo, en el que podemos confiar, conversar con él, expresarle nuestras intimidades, nuestros miedos, nuestras desilusiones, pero también nuestras alegrías y esperanzas. Ese Jesús que escucha. Ese Jesús que le podemos dar gracias y decirle que también lo amamos.
Vivamos siguiéndolo como modelo, teniendo como cristianos una vida con alegría y congruencia con las enseñanzas de Jesús el Salvador. Él que es el Camino, la Verdad y la Vida -Jn 14, 6-.

El Hijo de Dios
Jesús el Salvador


Porque Jesús es quien vino a salvarnos, a tomar nuestros pecados sobre sí, para redimirnos y tener la esperanza de alcanzar el Reino de los Cielos.
Jesús que padeció por nosotros, murió por nosotros y resucitó para nosotros. Ese Jesús resucitado que vive, que le da significado a toda su obra al resucitar, al hacernos saber que no fue en vano, que no fue sólo un hombre más, sino, el ungido de Dios que vino a salvarnos. El Cristo.
Ese Jesús glorioso. ¡Jesús el Salvador!

  

DLA publicado originalmente el 2 de enero de 2020



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